La era del visionado compulsivo: cómo las plataformas de streaming han devorado nuestra atención
Vivimos tiempos donde devorar una serie entera en una noche se considera un logro y no un síntoma de algo más profundo. Atrás quedaron los días en los que ver una película o un capítulo era un evento en sí mismo, un momento que se esperaba con calma y se saboreaba como una comida lenta. Hoy, en la era de Netflix, HBO Max, Prime Video y sus infinitos clones, el consumo se ha vuelto acelerado, ansioso, desechable. ¿Estamos viendo entretenimiento o nos está viendo él a nosotros? ¿Nos distraemos o nos estamos desvaneciendo?
Reproducir. Saltar intro. Acelerar. Olvidar.
Una escena común: nos sentamos frente al televisor o al portátil, abrimos la plataforma de turno y comenzamos a deslizar por el catálogo. Pasa media hora. Tal vez una más. El menú infinito no nos da placer, sino ansiedad. Nos paraliza. ¿Y si no elegimos la mejor opción? ¿Y si nos perdemos algo? El resultado es paradójico: pasamos más tiempo eligiendo qué ver que viendo algo realmente. Y cuando por fin decidimos, lo hacemos con el dedo en el botón de adelantar.
Hoy se puede ver una serie al 1.25x de velocidad. Incluso hay quienes la reproducen al 1.5x, reduciendo los silencios, los matices, los gestos. La historia se vuelve un trámite, una línea de producción emocional. No vemos, consumimos. No disfrutamos, despachamos.
La adicción al siguiente capítulo
Las plataformas saben exactamente cómo diseñar este bucle. Cuando una serie termina, otra aparece. Cuando un capítulo acaba, el siguiente comienza sin preguntar. Como una cinta transportadora de dopamina, nos tienen donde quieren: siempre mirando, pero sin ver.
Y cuando una serie acaba, viene el bajón. Esa depresión inexplicable después del final. Ya no es solo el vacío que deja una buena historia, sino el síndrome de abstinencia digital. Nos enfrentamos al silencio, a nosotros mismos, y eso duele. Así que volvemos al menú. A buscar. A no decidir. A esperar que algo nos salve del vacío que dejó la última.
Inmediatez y desatención
El problema va más allá del ocio. Esta lógica de consumo rápido nos ha robado la capacidad de atención. Nos cuesta ver una película lenta. Nos aburren los diálogos pausados. Nos frustramos con historias ambiguas. Queremos que todo explote rápido, que nos entretenga ya. Y si no, lo abandonamos a los cinco minutos y buscamos otra cosa. No es casualidad que cada vez más gente abandone series a mitad. No porque sean malas, sino porque no son suficientemente inmediatas.
¿Quién controla a quién?
Esta adicción no es casual. Es un diseño. Algoritmos que estudian nuestro comportamiento y nos ofrecen justo lo que nos mantendrá enganchados. Como una máquina tragaperras emocional. Y nosotros, sin darnos cuenta, entregamos horas, días, semanas, a mirar sin digerir.
La cultura del binge-watching (visionado compulsivo) es la otra cara de una sociedad agotada. Una sociedad que ya no quiere pensar, solo sentirse un poco menos sola por unas horas. Pero al final, después del último capítulo, cuando la pantalla se vuelve negra, la soledad regresa. Y el ciclo se reinicia.
¿Qué perdimos?
Perdimos la espera. El deseo. La conversación posterior. El arte de detenerse en una escena, en una frase. Perdimos la atención sostenida. Nos volvimos zombis frente a un catálogo interminable, mendigando estímulos inmediatos, evitando cualquier cosa que nos haga sentir demasiado.
Y, sobre todo, perdimos tiempo. Tiempo real. Tiempo vivo. Tiempo que tal vez podríamos haber usado para hablar con alguien, para caminar, para aburrirnos sanamente. Para vivir.
Pero no. Dimos al play. Y todo lo demás desapareció.