Vivimos en una época en la que cualquier producto cultural que incluya diversidad, sensibilidad social o representación de minorías corre el riesgo de ser tildado automáticamente de “woke”. Y no como elogio, precisamente. El término se ha convertido en una muletilla despectiva, un comodín para deslegitimar series, películas o libros que reflejan —con mayor o menor acierto— los valores y preocupaciones del mundo actual. Lo curioso, y lo que resulta profundamente hipócrita, es que esa crítica se alza como si antes todo hubiera sido “neutral”, “objetivo”, “sin ideología”.
Pero lo cierto es que el cine y la televisión siempre han sido productos de su tiempo. Y nadie chillaba por eso… hasta ahora.
¿De qué época crees que era tu cine favorito?
Las películas de los años 80 rebosaban de machismo, de culto al héroe individual, de propaganda americana en plena Guerra Fría. Rocky IV, Top Gun, Rambo… eran fantasías del hombre blanco musculoso salvando el mundo a puñetazo limpio. En los 90, el cinismo y el desencanto de la Generación X dominaron la pantalla: antihéroes, ironía, desesperanza urbana. En los 2000, tras el 11-S, el miedo al “otro” impregnó el cine de acción y espionaje. Todo esto era ideológico. Todo esto era cultural. Todo esto era reflejo de una época.
¿Y sabes qué? Nadie lo llamaba “woke”, aunque respondía a agendas sociales, políticas y económicas muy claras. Pero como el espectador mayoritario se veía representado, nadie se quejaba.
La rabia anti-woke: ¿de verdad es por el contenido?
Hoy, cuando una serie introduce un personaje trans, una mujer racializada como protagonista, o una historia que critica estructuras de poder, automáticamente se alzan voces que gritan: “¡agenda!”, “¡inclusión forzada!”, “¡ya no se puede hacer nada sin quedar bien con los progres!”. Pero… ¿realmente molesta la inclusión, o molesta que el centro ya no sea el mismo de siempre?
La representación no es un invento nuevo. Lo nuevo es que ahora otros también aparecen. Y eso, para algunos, es intolerable. Porque deja de haber un monopolio del relato. Porque ya no se trata solo del mismo tipo de personaje, del mismo tipo de héroe, del mismo tipo de mundo. Ahora hay otros mundos. Y otros protagonistas. Y eso, más que ideológico, es simplemente justo.
El absurdo de criticar el reflejo del presente
¿Qué esperaban? ¿Que las series actuales siguieran representando los valores de hace 50 años? El arte, la cultura, la ficción… siempre han sido espejos de su tiempo. Si hoy las historias hablan más de género, racismo, identidad o trauma, es porque eso está en la conversación social. Ignorarlo no es “no meter política”: es mentir. Fingir que el mundo es como antes, cuando no lo es.
Criticar lo “woke” por el simple hecho de existir es como enfadarse con una película de los 60 por no tener TikTok. Es negar que el tiempo avanza, que las preocupaciones cambian, que las personas que antes estaban silenciadas ahora pueden hablar.
¿Y si el problema es que ya no te ves reflejado?
La reacción airada ante lo “woke” a menudo nace del resentimiento de quienes, por primera vez, no se ven como centro del relato. Antes, todo giraba en torno al hombre blanco heterosexual. Ahora, simplemente no siempre gira en torno a él. Y eso duele a quienes nunca tuvieron que pensar en su privilegio.
Lo “woke”, más allá de los excesos y las torpezas que puede tener como cualquier tendencia, no es una amenaza. Es una actualización. Es el sistema operativo cultural del momento. Y como todas las épocas anteriores, pasará, mutará, evolucionará. Pero lo que no tiene sentido es creer que antes el arte era neutro y ahora está “contaminado”. Siempre estuvo contaminado. La diferencia es que ahora no solo lo contamina una élite homogénea: ahora hay más voces. Y eso no es un problema. Es una mejora.
Así que no, el problema no es lo “woke”. El problema es la nostalgia por un tiempo en que solo una parte de la sociedad tenía derecho a verse en pantalla sin ser secundario, estereotipo o víctima. Y si eso te molesta, quizás el problema no está en la serie… sino en tu espejo.