Six Feet Under: Cómo hacer un final perfecto

six-feet-under-netflix

Six Feet Under: la vida, la muerte y todo lo que pasa en medio

En el vertedero emocional de series que prometen profundidad pero solo ofrecen giros vacíos, Six Feet Under brilla como una joya olvidada, una rareza luminosa que entendió antes que nadie que la televisión podía ser tan filosófica, brutal y bella como la mejor literatura. Alan Ball, su creador, nos regaló una serie que no solo hablaba de la muerte, sino de lo que significa estar vivo. Y lo hizo sin caer en lo cursi ni en lo pretencioso. Lo hizo con humanidad, con verdad. Con miedo, con deseo. Con contradicción.

Porque eso es Six Feet Under: un espejo existencial. Y no uno que te halague.

Una serie sobre la muerte que habla de la vida

Ambientada en una funeraria familiar, con la muerte como telón de fondo en cada episodio (literalmente), lo que hace grande a Six Feet Under no es el tema, sino el tratamiento honesto, poético y descarnado de lo humano. Cada personaje es un universo roto y fascinante: desde Nate, el hijo que huye de las expectativas pero no puede evitar heredarlas, hasta David, que lucha entre el deber, la represión y el amor no dicho. Ruth, la madre que no sabe cómo dejar de ser esposa y empieza demasiado tarde a ser mujer. Claire, adolescente perdida que busca belleza en lo grotesco. Brenda, psicoanalizada hasta la médula, pero más herida que nadie.

Y todos, absolutamente todos, están vivos. Vivos en el sentido más crudo. Cometen errores, se contradicen, se traicionan, se aman mal. Aquí no hay héroes ni villanos, sino personas. Personas que no siempre se dicen la verdad, ni a los demás ni a sí mismos.

Enfermedad mental, trauma, sexualidad: el valor de mirar sin parpadear

La serie toca temas que muchas otras han tratado… pero pocas con tanta profundidad y sin paternalismo. Depresión, adicciones, ataques de pánico, trastornos de identidad, vacío existencial, deseo reprimido, dependencia emocional. Todo está ahí, sin subrayados ni sermones. Six Feet Under no busca dar respuestas, sino mostrar el desconcierto con dignidad. El dolor sin edulcorantes. Y eso es muchísimo más valiente que cualquier discurso de superación.

Es una serie incómoda, pero nunca gratuita. Porque hay belleza en lo incómodo. En las cenas familiares donde todos callan lo importante. En los silencios en el coche. En las decisiones que destruyen y salvan a la vez. Hay un respeto absoluto por el espectador, como si los guionistas confiaran en que nosotros también estamos rotos, y que no necesitamos que nos lo expliquen todo. Solo que nos lo muestren.

El final perfecto: cuando la muerte sí da sentido

Y entonces llega el final. Ese último episodio legendario, con uno de los desenlaces más redondos, dolorosos y poéticos de la historia de la televisión. Porque Six Feet Under se atreve a hacer lo que tantas otras series temen: cerrar. Concluir. Terminar. Y lo hace con una elegancia brutal.

En una secuencia final que es ya parte del canon emocional de cualquier buen seriéfilo, vemos cómo acaba la vida de cada personaje. Uno por uno. Sin morbo. Sin alardes. Solo mostrando la verdad más antigua del mundo: que todos vamos a morir. Y que eso, en lugar de restarle sentido a la vida, se lo da.

Mientras suena Breathe Me de Sia, las imágenes nos golpean con una honestidad luminosa. Y lloramos. Pero no solo porque se acabe la serie. Lloramos porque, de alguna manera, se ha hablado de nosotros. Y porque en ese instante entendemos que Six Feet Under no era una serie sobre la muerte. Era sobre cómo vivir sabiendo que vamos a morir. Lo que decía Epicuro, lo que temía Kierkegaard, lo que evitamos pensar todos los días.

Una joya a reivindicar

En una época donde las plataformas cancelan series sin darles finales, donde los cierres se estiran artificialmente o se precipitan sin alma, Six Feet Under es un ejemplo de cómo debe terminar una historia. Sin manipular. Sin hacer guiños baratos. Solo siendo fiel a la vida. Y a la muerte.

En definitiva, Six Feet Under es una obra maestra. Una de las series más inteligentes, profundas y humanas que se han hecho jamás. Una que te deja distinto. Más frágil, quizás. Pero también más despierto.

Y eso, en un medio saturado de anestesia emocional, es un acto de valentía que merece ser recordado. Y celebrado.