Desmintiendo que la tv, el cine o los videojuegos generen violencia

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Ficción no mata: por qué las películas, series y videojuegos no nos hacen violentos

Cada vez que ocurre una tragedia violenta en el mundo —un tiroteo, una agresión extrema, un crimen inexplicable— no tarda en emerger el viejo debate: ¿No será culpa de los videojuegos? ¿De las películas sangrientas? ¿De las series donde se glorifica el crimen? La narrativa es sencilla, seductora y cómoda: si la gente consume ficción violenta, tarde o temprano la imita. Pero esa narrativa es también profundamente falsa.

La psicología, la neurociencia y la criminología llevan años demostrando lo contrario: las ficciones violentas no convierten a las personas sanas en asesinos. No incitan al crimen. No generan psicopatía. No fabrican monstruos.

Si lo hicieran, viviríamos rodeados de asesinos potenciales.


El mal no se imita: se forma en el silencio

La violencia real no nace por contagio visual, sino por una compleja red de factores: historia familiar, traumas no procesados, trastornos mentales graves, entornos sociales destructivos, aislamiento emocional, ausencia de vínculos seguros, y en algunos casos, predisposición biológica.

Una persona no comete una masacre porque jugó al Call of Duty o porque vio Breaking Bad. Lo hace porque hay una herida previa, un vacío, un daño estructural, una mente ya rota o en proceso de descomposición. La ficción, en todo caso, puede ser un lenguaje con el que se expresa esa mente… pero no la causa de su desequilibrio.

Culpar a una serie es como culpar al termómetro de la fiebre.


Los estudios lo han dicho ya (y no una vez)

La ciencia lleva décadas tratando de comprobar si realmente existe una relación causal directa entre consumir ficción violenta y cometer actos violentos. Y el consenso es claro: no la hay.

  • La Asociación Americana de Psicología (APA) dejó de vincular directamente videojuegos violentos y violencia en la vida real, y reconoce que el impacto depende de factores individuales, no del contenido en sí.
  • Un estudio de la Universidad de Oxford (2019) concluyó que no hay correlación significativa entre el tiempo dedicado a videojuegos violentos y un aumento de conductas agresivas.
  • Las estadísticas tampoco acompañan la narrativa: en países como Japón o Corea del Sur, donde el consumo de videojuegos y cine violento es altísimo, los niveles de criminalidad son bajísimos.

Entonces, ¿por qué seguimos buscando culpables en las pantallas?


Porque es más fácil culpar a la ficción que a la sociedad

Culpar a las películas o a los videojuegos nos ahorra mirar hacia dentro. Es más sencillo señalar a The Last of Us o a GTA V que reconocer que algunas familias son caldo de cultivo para la rabia, que los sistemas de salud mental están colapsados, que el aislamiento, la marginación y el sufrimiento emocional no se detectan ni se atienden a tiempo.

El problema no es lo que vemos. Es lo que nos duele y no hablamos.


La ficción como válvula, no como detonador

Contrario a lo que muchos creen, la ficción violenta puede ser una vía de liberación emocional y simbólica. Una forma de canalizar tensiones, de dar forma al miedo, de exorcizar frustraciones. No es casualidad que tantos adolescentes emocionalmente tensos recurran a juegos donde pueden sentir poder, control, dominio… sin hacer daño a nadie.

Es preferible disparar en Resident Evil que contra uno mismo en el baño de casa.

La ficción ofrece espacio para simular, imaginar, experimentar… sin consecuencias reales. Si alguien confunde eso con la vida real, no es culpa de la ficción, sino síntoma de una distorsión mental previa.


¿Qué pasa con los que sí imitan?

Cuando una persona comete un crimen e intenta justificarlo diciendo que “lo vi en una película”, no estamos ante un caso de imitación inocente. Estamos ante alguien que ya presentaba rasgos psicopáticos, desregulación emocional severa, o fantasías violentas desbordadas, y que simplemente eligió una ficción como coartada o como canal simbólico.

Pero los millones que vieron esa misma película, jugaron ese mismo juego o leyeron ese mismo libro… no hicieron nada. Porque lo que diferencia a una mente estable de una mente violenta no es lo que ve, sino cómo está estructurada.


¿Y la empatía? ¿Nos desensibiliza?

Otra preocupación frecuente es que la exposición constante a violencia ficticia nos vuelve fríos, indiferentes, insensibles. Y, como todo, depende del contexto. Ver violencia vacía, sin sentido, como único estímulo constante, puede generar cierta banalización si no hay una base ética, reflexiva o emocional que lo equilibre.

Pero eso no es culpa del género, sino de cómo lo consumimos.

Muchas obras violentas —desde Black Mirror hasta The Road, desde Joker hasta The Last of Us— no desensibilizan. Sensibilizan. Nos recuerdan lo frágil que somos. Nos obligan a mirar al horror… no para imitarlo, sino para entenderlo. Y, quizás, prevenirlo.


Conclusión: lo que vemos no nos destruye. Lo que callamos, sí.

Las series, las películas y los videojuegos no fabrican asesinos. No siembran la maldad. No enseñan a matar. Lo que hacen —cuando están bien escritos, bien dirigidos, o incluso aunque solo sean puro entretenimiento— es dar forma a emociones que ya existen en nosotros: rabia, miedo, vacío, deseo de justicia, frustración, soledad.

Censurar la ficción es no entenderla. Es confundir el espejo con el monstruo.

La verdadera violencia no empieza en una pantalla. Empieza en el abandono, en el dolor no escuchado, en la infancia rota, en la soledad crónica, en la enfermedad no tratada.

Y ahí, ni Netflix ni Sony tienen la culpa.


La ficción violenta como refugio emocional: cuando el horror ayuda a sanar

A primera vista, parece contradictorio. ¿Cómo puede una historia llena de sangre, gritos, dolor o muerte servir para sanar un trauma? ¿Qué consuelo puede haber en una película donde todos mueren, en una serie donde reina la crueldad o en un videojuego donde lo que importa es sobrevivir?

Y sin embargo, para muchas personas con heridas emocionales profundas, la ficción violenta no es una amenaza, sino un lugar seguro. Un espacio donde el caos tiene forma. Donde el dolor se narra, se estetiza, se vuelve símbolo. Un territorio emocional donde el sufrimiento no se esconde… y eso, paradójicamente, alivia.


El trauma necesita representación

Una de las características del trauma psicológico es que rompe el lenguaje. Lo que duele profundamente muchas veces no puede ser explicado con palabras simples. Se vive en el cuerpo, en el insomnio, en la ansiedad, en la hipervigilancia. Se arrastra como una sombra muda.

Ahí es donde entra la ficción. Especialmente la oscura, la intensa, la violenta.

Cuando ves en pantalla una historia que representa simbólicamente ese dolor —la pérdida, la injusticia, el abuso, el miedo constante, el no saber por qué duele tanto—, algo se activa. No estás solo. Alguien más ha nombrado eso que tú no sabías cómo decir. Y aunque sea con monstruos, zombies o asesinos, ese reconocimiento es profundamente reparador.


El control como forma de empoderamiento

La ficción violenta también ofrece algo que la vida real no: control emocional. Puedes parar la escena. Puedes mirar o no. Puedes volver a verla. Puedes decidir cuándo enfrentarte a ella. Y eso, para quien ha vivido una situación traumática (que fue, por definición, incontrolable), es una forma de recuperar el timón.

Al revivir el dolor en un entorno simbólico y seguro, el trauma no se borra, pero se integra. Se convierte en algo visible, narrable, compartido. Y eso transforma la herida en relato. Y al relato, con el tiempo, en cicatriz.


El héroe herido como espejo

Muchos personajes de ficciones violentas —ya sea en terror, thrillers, videojuegos o dramas postapocalípticos— son sobrevivientes, no solo de monstruos, sino de traumas. Son personas que siguen adelante rotas, llenas de culpa, con heridas emocionales que nadie ve.

Y eso resuena. Porque quien ha pasado por un trauma no busca finales felices, sino compañía en la oscuridad. Ver a esos personajes luchar, llorar, ceder, y a veces sanar… nos recuerda que la vulnerabilidad no es el fin de la historia. Que incluso en el horror, puede haber algo parecido a la redención.


Personas sensibles en historias oscuras: cuando el alma rota encuentra belleza en lo tenebroso

Existe un prejuicio cultural muy arraigado: que las personas que consumen historias oscuras, violentas o tétricas son frías, insensibles o moralmente desviadas. Pero la realidad —como casi siempre— es más compleja, más humana, y en muchos casos, completamente inversa.

Porque muchas personas extremadamente sensibles, empáticas, emocionales, encuentran consuelo en el dolor de la ficción. No porque disfruten del sufrimiento, sino porque en las historias luminosas no se reconocen.


La oscuridad también es hogar

Para alguien que ha sentido tristeza profunda, ansiedad, culpa, o una constante sensación de no encajar, las historias felices —planas, ligeras, color pastel— no reflejan su experiencia interna. Hay una distancia emocional. Un vacío.

En cambio, cuando una serie muestra la devastación emocional de un personaje, cuando una película se atreve a narrar el duelo sin adornos, cuando un juego explora la descomposición del alma con crudeza… esa persona sensible siente que alguien ha encendido una luz en su noche.

Porque la oscuridad no solo es miedo. También es verdad.


Ver lo terrible para calmar lo terrible

La persona sensible no es adicta al horror. Es adicta a sentir profundamente. Y, a veces, cuando dentro de uno hay caos, ver un caos externo (aunque sea ficticio) ayuda a ordenar el propio. Ponerle nombre al miedo. Encarnar el dolor en otro rostro. Compartir la desolación sin tener que explicarla.

No es lo tétrico lo que calma. Es la honestidad emocional que hay en lo tétrico. El reconocimiento de que la vida también tiene noches largas, y que está bien mirar hacia ellas sin huir.


Belleza en la ruptura

Las personas sensibles ven belleza donde otros ven miseria: en un personaje roto, en una historia triste, en una escena sangrienta bien filmada. No porque estén enfermas, sino porque saben que el arte no está solo en lo perfecto, sino también en lo fragmentado. Que lo que sangra también cuenta.

Y a veces, una historia oscura es lo único que puede contener su intensidad emocional sin que se sientan exageradas o fuera de lugar.


Conclusión: sentir mucho no es debilidad

Consumir ficción violenta o dolorosa no es señal de insensibilidad. En muchas ocasiones, es justo lo contrario. Es señal de que hay una sensibilidad tan grande, tan honda, tan brutal, que solo puede sentirse a través de lo que también duele.

No buscamos oscuridad por placer. La buscamos porque en ella también hay belleza, humanidad… y, a veces, consuelo.