El ocaso de Rick y Morty: cómo la genialidad se transformó en rutina

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Hubo un tiempo en que Rick y Morty era sinónimo de irreverencia, innovación narrativa y riesgo creativo. Entre la nihilista brillantez de Rick Sánchez y la creciente humanidad de Morty, la serie se consolidó como una sátira existencial revestida de ciencia ficción pop, con capas filosóficas que oscilaban entre el absurdo cósmico y la tragedia emocional. Sin embargo, desde la cuarta o quinta temporada en adelante, la serie ha dado evidentes síntomas de fatiga, desgaste y decadencia. No es tanto que se haya vuelto mala —de hecho, aún contiene destellos de brillantez—, sino que ha dejado de ser imprescindible. Y eso, para una serie que alguna vez desafiaba nuestras expectativas episodio tras episodio, es una señal inequívoca de que algo se ha roto en su núcleo.

¿Qué ha cambiado?

La principal sospecha es evidente: el factor sorpresa ha muerto. Rick y Morty nació para sorprender. Nos entregó universos infinitos, clones, parodias de todo el cine y la televisión, saltos temporales, rupturas del espacio narrativo, violencia gráfica desquiciada y un humor oscuro que desarmaba cualquier intento de interpretación tradicional. Pero el problema es que cuando todo es posible, nada importa. Al romper sistemáticamente todas las reglas narrativas, la serie ha acabado por construir su propia jaula: el exceso de libertad narrativa se ha convertido en su mayor limitación.

Ya no existe tensión, ni siquiera cuando los personajes mueren, porque sabemos que probablemente se trate de otra versión de otra dimensión. Las decisiones emocionales se diluyen porque los guionistas nos han enseñado a no confiar en ninguna continuidad. ¿Para qué implicarse si todo puede resetearse o relativizarse en el siguiente gag?

La autoconsciencia y la metarreferencia como veneno

Un síntoma claro del deterioro es su creciente autoconsciencia narrativa, que ha pasado de ser ingeniosa a ser cargante. En las primeras temporadas, los guiños metatextuales servían para subrayar el carácter postmoderno de la serie, pero ahora se han vuelto un fin en sí mismo. Cada vez que un personaje dice “esto parece un episodio clásico de Rick y Morty” o “esto se siente como una estructura de tres actos”, la serie está literalmente comentando su propia decadencia en lugar de superarla. Ya no es subversión, es cinismo perezoso.

Es como si los guionistas ya no supieran cómo sorprendernos sin romper la cuarta pared, sin ironizar sobre la estructura de guion, o sin convertir cada episodio en un espejo de su propia autoconsciencia. Rick y Morty ya no cuenta historias; se comenta a sí misma contando historias, y eso, con el tiempo, ha desgastado su poder narrativo.

Una serie que ya no tiene nada que demostrar

Otro factor clave es que Rick y Morty ya ha ganado. Fue una serie outsider que se convirtió en fenómeno cultural. Con contratos millonarios y renovaciones por decenas de episodios, pasó de ser una serie de culto a una franquicia consolidada. Pero cuando una serie tiene garantizada su supervivencia durante años, la urgencia creativa se disipa. Las primeras temporadas sabían que tenían que ganarse al público capítulo a capítulo. Hoy en día, la serie avanza con inercia, más preocupada por mantener una marca que por arriesgar.

Un Rick menos peligroso, un Morty más difuso

Rick Sánchez era un personaje fascinante porque era insoportablemente inteligente y profundamente autodestructivo. Era el científico loco definitivo, una mezcla entre Dios y un borracho depresivo, que traía caos pero también lucidez en cada interacción. En las últimas temporadas, se ha vuelto más humano, más vulnerable… pero también más predecible. No porque esté mal que evolucione, sino porque esa evolución ha sido torpe, a veces contradictoria, y se siente forzada para adaptarse a exigencias emocionales que no encajan con el tono original.

Morty, por su parte, ha perdido dirección. A veces parece el mismo niño inseguro de la temporada 1; otras, es casi un Rick en miniatura. La falta de una evolución coherente lo ha vuelto un personaje inconsistente. Y lo mismo ocurre con el resto de la familia, que se ha convertido en caricaturas de sí mismos: Beth es la madre con trauma de abandono, Jerry el payaso trágico, Summer la adolescente lista pero irrelevante. Todos giran en círculos sin progresar, sin importar lo que les pase.

La sobreexplotación de la fórmula

Otro gran problema es que la serie ha dejado de lado el corazón. En los primeros años, por cada episodio delirante como “Pickle Rick”, había un capítulo emocionalmente devastador como “The Ricklantis Mixup” o “The Wedding Squanchers”. El equilibrio entre lo grotesco y lo profundo era lo que hacía única a Rick y Morty. Pero con el paso del tiempo, el lado emocional se ha vuelto esquemático y el humor, más automático. El ingenio ha dado paso a la repetición, y donde antes había tensión narrativa, ahora hay plantillas que se repiten con distintos adornos.

Además, el universo de Rick y Morty ha perdido cohesión. Los arcos que antes resultaban intrigantes (la ciudadela de Ricks, Evil Morty, el pasado de Rick) se han resuelto de forma brusca o insatisfactoria. O, peor aún, se han usado como carnaza para ganar tiempo hasta el próximo cliffhanger. El mito se ha diluido.

En resumen

Rick y Morty no ha dejado de ser una serie divertida, pero sí ha dejado de ser vital. Lo que en sus inicios parecía una obra maestra en construcción, hoy parece un artefacto desgastado por su propia fama. La sorpresa se ha agotado, la irreverencia se ha vuelto fórmula, y la autoconsciencia ha devorado a la criatura. Como tantas series brillantes, ha sucumbido a su propio peso.

Tal vez aún le queden episodios brillantes por ofrecer. Tal vez resurja. Pero si algo nos ha enseñado esta serie es que el infinito de posibilidades no significa infinito de calidad. Y cuando una serie lo puede todo, lo que de verdad importa es que elija hacer algo que aún nos emocione, nos perturbe o nos duela.

Y eso… Rick y Morty ya casi no lo hace.