¿Nos manipulan las series y películas? Una reflexión sobre la influencia cultural del audiovisual

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Vivimos rodeados de pantallas. Encendemos el televisor, abrimos una plataforma de streaming o vamos al cine, y lo que vemos no es solo entretenimiento: son ideas, emociones, modelos de vida, discursos. Series y películas no solo nos cuentan historias; moldean nuestra forma de entender el mundo, nuestra sensibilidad, incluso nuestra identidad. ¿Hasta qué punto eso es justo? ¿Dónde termina la influencia y empieza la manipulación?

La construcción de una sensibilidad

Desde la infancia, muchas personas crecen con una dieta audiovisual constante. Los cuentos animados les enseñan lo que es “el bien” y “el mal”, lo que se considera bello o feo, quién merece amor y quién debe ser castigado. A medida que crecemos, cambiamos de género y tono, pero el mensaje subyacente sigue: películas románticas nos hablan del amor verdadero como destino inevitable; series de adolescentes normalizan relaciones tóxicas bajo el disfraz de pasión intensa; thrillers justifican la violencia si es “por una buena causa”.

La televisión y el cine no son neutrales. Incluso cuando creen que solo están narrando, están enseñando. Cada plano, cada diálogo, cada héroe o villano configura lo que entendemos por justicia, sufrimiento, éxito, derrota, belleza, masculinidad, feminidad, locura, redención. Lo audiovisual no solo refleja el mundo: lo fabrica.

¿Influencia sana o tóxica?

Las ficciones pueden ser profundamente sanadoras. A veces sentimos que una serie “nos entiende” mejor que nuestras propias familias. Un personaje depresivo, un joven queer que busca su sitio, una mujer que escapa del abuso… pueden darnos lenguaje para nombrar lo que vivimos. Las series permiten una identificación simbólica que alivia, que da sentido, que construye comunidad.

Pero también tienen un lado oscuro. La constante exposición a ciertos arquetipos o estilos de vida termina por hacernos sentir insuficientes. Comparamos nuestro día a día con vidas intensas y editadas, donde todo tiene un arco narrativo y un clímax emocional. En las pantallas, el sufrimiento tiene sentido; en la vida real, a menudo no. Muchas veces, no sabemos si estamos tristes porque la vida es triste… o porque no se parece lo suficiente a una película.

Además, el algoritmo es ciego pero poderoso: nos encierra en géneros, temas y valores que reafirman nuestra forma de pensar. Vemos siempre lo mismo, y acabamos sintiendo lo que ya sabíamos que íbamos a sentir. Y esa comodidad emocional también puede ser una forma sutil de anestesia.

¿Es manipulación?

Depende. Toda narración implica una elección: qué contar, cómo contarlo, qué omitir. Cuando esas decisiones se hacen desde una intención ideológica (política, comercial, moral), podemos hablar de manipulación. No en el sentido conspiranoico, sino en el más humano: nos afectan las historias que consumimos porque tocan directamente nuestras emociones, y nuestras emociones influyen en nuestras decisiones.

Las películas de propaganda son obvias, pero ¿qué pasa con los discursos disfrazados de entretenimiento? ¿Qué pasa cuando una serie banaliza el acoso, romantiza la violencia o refuerza estereotipos machistas, racistas o clasistas bajo el escudo del humor o el drama? ¿Estamos siendo espectadores o estamos siendo programados?

¿Está bien que nos digan cómo pensar?

El problema no es que una serie sugiera una visión del mundo: toda obra de arte lo hace. El problema es cuando no sabemos que eso está ocurriendo. Cuando creemos que estamos pensando por nosotros mismos, pero en realidad estamos repitiendo lo que vimos en nuestra ficción favorita. Cuando nos identificamos tanto con un personaje que adoptamos su mirada como propia, sin cuestionarla.

No se trata de dejar de ver series o películas. Se trata de desarrollar una mirada crítica. De aprender a disfrutar de una historia sin perder la capacidad de pensar por uno mismo. De saber cuándo estamos sintiendo algo verdadero y cuándo estamos sintiendo lo que alguien ha decidido que sintamos.

En resumen

Sí, las series y películas nos influyen. A veces para bien, a veces para mal. No es justo ni injusto: es un hecho. Lo que importa es cómo lo gestionamos. Si somos conscientes del poder de las historias, podemos elegir mejor cuáles nos acompañan. Porque en el fondo, lo que vemos también nos construye. Y merecemos tener voz en la forma en que nos construimos.