En un primer vistazo, Super Salidos (título original: Superbad, 2007) podría parecer una más del montón de comedias adolescentes americanas: chicos obsesionados con el sexo, borracheras descontroladas y un desfile de situaciones incómodas y chistes vulgares. Pero basta con sentarse a verla sin prejuicios, o mejor aún, con el corazón abierto a la nostalgia y la ternura, para descubrir que esta película es, en realidad, una obra profundamente humana y sorprendentemente honesta sobre el fin de la adolescencia y el miedo visceral a crecer.
Dirigida por Greg Mottola y producida por Judd Apatow, Super Salidos es un relato semiautobiográfico escrito por Seth Rogen y Evan Goldberg, quienes basaron el guion en sus propias experiencias de adolescencia. Y ahí radica su magia: en que bajo la apariencia de una comedia irreverente, se esconde una historia íntima sobre la amistad masculina, el temor a la separación y la ansiedad que rodea ese limbo entre el instituto y la adultez.
Una amistad al borde de la ruptura
Los protagonistas, Seth (Jonah Hill) y Evan (Michael Cera), son dos amigos inseparables en su último año de instituto. Sus bromas escatológicas, sus diálogos rápidos, cargados de torpeza emocional y malabares verbales para evitar decir lo que realmente sienten, son absolutamente auténticos. Lo que está en juego no es solo conseguir alcohol para una fiesta o perder la virginidad, sino aceptar que esa burbuja de codependencia platónica está por reventar. Van a ir a universidades distintas. Sus caminos se separan. Y eso duele más que cualquier rechazo amoroso.
Aquí, Superbad se desmarca del resto. Porque a diferencia de tantas películas que glorifican el sexo o el desmadre juvenil, esta pone el foco en la vulnerabilidad masculina. Seth no está obsesionado con perder la virginidad solo por deseo carnal, sino porque cree que eso lo hará valioso, aceptado, menos solo. Evan es tierno, inseguro, un adolescente que no sabe bien cómo sentirse con respecto a su mejor amigo y su posible novia. Y esa confusión, esa ambivalencia emocional, está escrita y actuada con una sensibilidad sorprendente.
Un retrato generacional disfrazado de gamberrada
El humor de Superbad es delirante, sí, pero nunca gratuito. Los personajes son absurdos, pero jamás inverosímiles. El dúo cómico que forman McLovin (Christopher Mintz-Plasse) y los dos policías (Seth Rogen y Bill Hader) podría haber sido una subtrama tonta e innecesaria, pero se convierte en otro espejo distorsionado de la misma idea: la dificultad de los hombres para expresarse emocionalmente sin esconderse detrás del humor o la estupidez. Y al final, esos policías no son más que versiones envejecidas y desencantadas de Seth y Evan, igual de inmaduros, igual de perdidos, pero con placas y pistolas.
Además, el guion logra un equilibrio impresionante entre lo vulgar y lo emotivo. Cuando Seth y Evan se emborrachan y terminan confesándose su amor fraternal en la casa de uno de ellos, se siente más real que cientos de finales lacrimógenos de dramas supuestamente “maduros”. Es incómodo, ridículo, tierno y verdadero. Como lo es la adolescencia.
Más allá del cliché
Lo que hace que Super Salidos destaque es que no ridiculiza a sus personajes. Se ríe con ellos, no de ellos. Muestra las torpezas emocionales de los adolescentes no como simples recursos cómicos, sino como ventanas a sus temores más profundos. El miedo a ser abandonado, a no encajar, a no ser suficiente. Bajo capas de chistes sobre porno, vómitos y alcohol barato, hay una reflexión conmovedora sobre lo difícil que es decir adiós a una etapa de la vida.
Y por si fuera poco, está maravillosamente actuada. Jonah Hill y Michael Cera tienen una química tan natural que casi olvidas que estás viendo una película. No interpretan a los típicos “chicos populares” o “perdedores adorables”. Son simplemente adolescentes, con sus inseguridades, sus contradicciones y su deseo desesperado de no quedarse atrás.
Conclusión
Super Salidos no es solo una de las mejores comedias adolescentes de los 2000. Es una de las películas más honestas que se han hecho sobre la amistad y el paso a la adultez. Su mayor virtud es la capacidad de disfrazar profundidad emocional con capas de humor escatológico. Es como una carta de amor escrita en la parte trasera de una servilleta manchada de kétchup: imperfecta, vulgar… pero real. Y por eso, inolvidable.
Una comedia que no teme a la ternura. Una historia que no teme a la verdad. Y una película que, por muchas risas que provoque, siempre deja un nudo en la garganta cuando cae el telón.